Quiénes eran estos dos personajes?
Menipo era un cínico del siglo III a. C. que no dudaba
en burlarse de los orgullosos filósofos de su época. Velázquez presenta un
anciano haraposo que, antes de marcharse, se vuelve a echar una mirada
desdeñosa al espectador con una sonrisa cínica en los labios. Atrás deja, en el
suelo, los libros de esos filósofos que desprecia, y un cántaro que, con su
equilibrio inestable, recuerda la precariedad, la fragilidad de la vida.
Y es que la situación
decadente de la España del siglo xvii
no permitía mirar en derredor sin sentir una honda aflicción e inquietud.
Velázquez supo expresar, con mucha humanidad e ironía, esa cruda realidad. Tal vez pintó a Menipo como advertencia, para recordarse a sí mismo que al final del camino hacia la cumbre no nos espera la gloria, sino el desencanto.
Menipo, 1639-1640 Óleo s/ lienzo, 179x94 cm. Museo de Prado. Madrid |
Como su pareja, Esopo, el retrato de Menipo tenía como destino la Torre de la Parada.
La obra es de altísima calidad y sorprende porque en un
principio no llama la atención, pero atrapa a medida que se contempla, sobre
todo por el rostro del personaje, realizado con una factura muy personal y
avanzada mediante rápidas manchas de color que hacen olvidar el preciosismo de
sus primeros años.
Esopo se supone que fue pintado para la Torre de la Parada, junto al de Menipo de la misma época.
Velázquez ha representado a Esopo como un mendigo, pero con un libro en la mano derecha mientras que la izquierda está oculta entre sus ropajes. Esopo, 1639-1640 Óleo s/ lienzo, 179x94 cm. Museo del Prado. Madrid |
Quizá el colorido, en tonos más bien oscuros, traiga a la memoria la etapa sevillana o los primeros años madrileños, pero la soltura con la que está trabajado y la sensación atmosférica que crea recuerdan que estamos en la década de 1640.
Salvo la inscripción que acompaña la figura, nada haría pensar, ante este digno mendigo callejero pintado con tan jugoso realismo popular, en el viejo fabulista griego..
Destaca en el cuadro la cabeza del filósofo, con el pelo entrecano y una mirada de profundo desdén.
El rostro es excelente, al emplear una pincelada suelta y empastada que destaca esa mirada fija y el cabello, mostrando la personalidad del pobre fabulista.
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