2 oct 2012

Velázquez a la conquista de la Corte


 
En 1.623 vuelve a Madrid, reclamado por el conde-duque de Olivares para pintar un retrato del rey Felipe IV y el monarca le nombra pintor de cámara. Velázquez, con 24 años, se convierte en pintor real y encargado, además, de la conservación y valorización de los bienes artísticos y arquitectónicos de la corona.

El retrato del joven Felipe IV fue el primero de una serie de retratos, no sólo del rey, sino también de la familia real y otros miembros de la corte.




Felipe IV
Hacia 1626
Lienzo. 2,01 x 1,02
Museo del Prado, Madrid.

Felipe IV,1623
repintado hacia 1628
Óleo s/ lienzo, 201x102cm.
Museo de Prado .Madrid
Felipe IV,1623
Óleo s/lienzo, 198x101.5cm.
Metropolitan Museum
New Jork
Este retrato del joven rey Felipe IV, pintado hacia 1623-1626, es un soberbio ejemplar del estilo de Velázquez en sus primeros años madrileños y, a la vez, una prueba de cómo el artista volvía una y otra vez sobre sus lienzos, que tuvo siempre ante sus ojos, en las paredes del Alcázar.
El retrato se compuso primero en la tradición de los del siglo XVI creada por Antonio Moro, con las piernas abiertas ,pero algunos años más tarde decidió cambiar la silueta, juntando las piernas, con lo cual la figura ganó notablemente en esbeltez. Aún es visible, a simple vista, la disposición originaria.





Velázquez utilizó aquí la iluminación violenta y dirigida del tenebrismo de sus años sevillanos, haciendo así más evidente la intensa expresión melancólica y el gesto displicente de la mano que sujeta el memorial. Los tonos son aún los castaño terrosos de la primera etapa, pero en el fondo y en las sombras sobre el suelo aparecen ya algunos grises que serán luego su gran recurso y su suprema magia, y que seguramente se subrayaron todavía más al retocar el cuadro quizás hacia 1629.
 





Infante Don Carlos, 1626
Óleo s/ lienzo, 209x125cm.
Museo del Prado Madrid


Ésta es una de las pocas imágenes que se conocen del hermano del rey Felipe IV, y fue realizada por Velázquez unos años antes de la muerte del Infante. Vestido con traje negro, con realces en gris y capa corta, la cadena de oro y el Toisón son los únicos elementos de adorno. Poco conocido, don Carlos pasó la mayor parte de su vida a la sombra de su hermano, aunque se le conocen aficiones pictóricas y poéticas.

Velázquez logró plasmar el carácter indolente del Infante, fruto de su situación en la corte. La figura delante de un fondo neutro, la forma en que está modelada mediante las gradaciones de luz y la sombra que proyecta sobre el suelo, sitúan la pintura dentro de los retratos más logrados del artista. Destaca la belleza de la mano derecha, mientras que con la izquierda sostiene con naturalidad un sombrero de fieltro.
El cuadro constituye uno de los retratos más atractivos y elegantes de los realizados por el sevillano en sus primeros años de estancia en Madrid.

 
La cena de Emaús. La Mulata,1618-1622
Óleo s/ lienzo, 55x118cm.
National Gallery de Dublín. Ireland

Una de las primeras obras conocidas del pintor pintado antes del año 1623, aunque es difícil datarlo en una fecha exacta, los especialistas se inclinan por el año 1618 .
Con elementos propios de la pintura de bodegón, el primer término lo ocupan sendas escenas de cocina que dan paso al fondo, a los personajes evangélicos. Se trata de un recurso que Velázquez pudo aprender de cuadros y estampas flamencas que demuestra su interés por reflexionar sobre las fronteras entre la realidad y la historia, y que volveremos a encontrar en Las hilanderas, al final de su carrera.
Corresponde a una serie de cuadros en los cuales el tema principal, el que da título al cuadro se sitúa al fondo como tema secundario, ya que  la escena más importante se encuentra en primer plano.



La cena de Emaús, 1623
Óleo s/ lienzo,123.2x132.7cm
The Metropolitan Museum of Art.
New Jork. USA.
Cena en Emaús, la única obra de asunto religioso que se conserva de esta primera etapa madrileña.
El realismo de los personajes y las calidades de las telas, recuerdan a Zurbarán, así como el colorido empleado al apreciarse una ampliación en su paleta.
La figura ausente de Cristo contrasta con la expresividad de los dos apóstoles.

En 1628, cuando Rubens llegó a Madrid y contempló las obras que Velázquez estaba realizando, le animó a que completara su formación en Italia, la cuna de la pintura.



 










 
 
 
 
 




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