la rendición de Breda (las Lanzas), 1634 Óleo s/ lienzo, 307x367cm. Museo del Prado.Madrid |
Es de resaltar la magnífica composición de la obra. El tema fundamental, la entrega de las llaves de la ciudad.
El vivo interés personal del pintor en este cuadro es evidente, lo refleja retratándose en uno de los individuos que aparecen en el cuadro, el último de la derecha.
Velázquez desarrolla el tema sin vanagloria ni sangre. Los dos protagonistas están en el centro de la escena y más parecen dialogar como amigos que como enemigos.
Es un perfecto
ejemplo de estudio de la perspectiva.
Velázquez en
esta obra y a través de distintos recursos es capaz de recrear varios planos
de profundidad: Un primer plano, la posición a cada lado de la obra de dos figuras que parece que estén a punto de salirse del cuadro, las dos de espaldas y situadas en ángulo, en línea hacia el interior del lienzo, en una postura un poco forzada que denominamos escorzo. Ambas establecen lo que llamaríamos un primerísimo plano.
Detrás y en el centro del cuadro, dos protagonistas de
la escena, Nassau y Spínola, que de esta forma configuran el segundo
plano. Los dos están tratados con detallismo y minuciosidad, como si
la pincelada de Velázquez fuera en esta zona del cuadro mucho más precisa y
nítida de lo habitual en su técnica de mancha.
Pero no contento con haber
completado ya tres planos de profundidad, Velázquez añade una frontera entre el
grupo de los soldados y el campo de batalla que se encuentra al fondo, pintando una
barrera visual formada por las lanzas de los soldados españoles.
Detrás de las lanzas
se aprecia el paisaje del fondo, mucho más difuminado, envuelto en un doble tono blanco y azul, el color
del aire y así reproduce perfectamente la
lejanía en la que se pierde nuestra mirada al contemplar el fondo del cuadro.
Otra característica que
influye en Velázquez será el tipo de trazo y pincelada que se impone a partir de Rembrandt, una
técnica que llamamos de mancha, en la que la pincelada no sigue la línea del dibujo, sino que por el
contrario se llena de color y recrea las imágenes a base de trazos mucho más espontáneos
y libres.
En la paleta de Velázquez aparecen habitualmente el ocre y el pardo, pero aquí aparecen, además, unas aportaciones vivas con los verdes, carmines, azules y blancos.Este cuadro capta los efectos atmosféricos en la lejanía, alcanzando gran protagonismo la luz y el color.
El príncipe Baltasar Carlos, 1634 óleo s/ lienzo, 209x173cm. Museo delrado. Madrid |
Esta pintura ofrece una brillantez de color muy superior a
lo realizado por Velázquez hasta el momento.
Baltasar Carlos, que
contaría cinco años en el cuadro, era el heredero del trono y su presencia
junto a su padre y su abuelo (el rey presente y el anterior) simboliza la
continuidad de la dinastía.
A pesar de su temprana
edad está representado como un adulto y con los mismos símbolos que el rey.
De la figura del niño lo más destacable es la cabeza, un
trabajo extraordinario que indica la madurez en el oficio. El tono
de la cara es pálido, el cabello es de un rubio que contrasta con el negro mate
del chambergo.
La paleta es muy rica, tanto en azules como en ocres, amarillos y sus mezclas para conseguir los distintos tonos de verde, un color que no emplea nunca. Se anima en el centro con los dorados y el rojo de la banda.
El caballo tiene un gran y desmesurado vientre si se le observa a poca distancia, pero hay que tener en cuenta que está pintado con la deformación de perspectiva adecuada al lugar donde iba a ir emplazado, en alto, sobre una puerta.
El paisaje del fondo es clásico en Velázquez, sobre todo el cielo, que se ha dado en llamar cielo velazqueño. El pintor conocía bien esos parajes del Pardo y de la sierra de Madrid.
La influencia italiana hace que se haga más suelto. Sus
figuras pierden rigidez, el espacio se llena de aire, se advierte el gris,
ocres y verdes suaves. El estilo de Velázquez se hace más suave y colorista.
Pablo de Valladolid, 1632 Óleo s/ lienzo, 209x123cm. Museo de Ptado. Madrid |
Al fondo de la escena Velázquez sugiere un combate naval rememorando la batalla de Lepanto, del que este viejo soldado de mirada socarrona , de vuelta ya de pasadas grandezas, símboliza la decadencia.
La técnica es muy rápida y suelta, donde el carácter no oficial de los retratados le permite libertades que no podría tomarse en otro tipo de pinturas.
Velázquez aplica capas de pintura muy diluída, casi acuarelada, añadiendo para marcar sombras los blancos para las zonas que reflejan la luz.
En el rostro presenta una factura borrosa dándole un aspecto inacabado de cerca, que desaparece al alejarse.
Esta libertad puede
permitírsela en los cuadros de bufones al ser retratos informales menos
sometidos a las convenciones que los retratos reales.
Unas pinceladas
blancas son suficientes para hacer brillar la luz en la coraza.
El suelo, con las rayas de las baldosas que sirven de líneas de fuga, se
pierde a medida que se aleja hacia el fondo y desaparecen ya junto a la pared.Velázquez vuelve al cuadro dentro del cuadro, que aprendió de Pacheco durante su etapa sevillana y nunca llega a abandonar, aunque cambie de técnica.
Detalle |
Pablo de Valladolid,1632 Óleo s/lienzo, 209x123cm. Museo del Prado. Madrid |
Pablo ( o Pablillos ) de Valladolid es uno de los máximos ejemplos de la habilidad de Velázquez para plasmar el carácter del personaje y transmitir la sensación de volumen y perspectiva, a partir de una gama de colores muy reducida. El espacio y la profundidad quedan sólo sugeridos a partir de la sombra del retratado.
Esta obra es un prodigio de síntesis y economía y demuestra hasta qué punto Velázquez fue un artista atrevido e innovado, pues es imposible encontrar precedentes claros a esta pintura construida a partir de la sombra del bufón.
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