18 oct 2012

De vuelta a Madrid y segunda etapa madrileña



Príncipe Baltasar Carlos con un enano,1631
Óleo s/ lienzo128x102cm.
Museum of Fine Arts. Boston. USA.
A su regreso a Madrid, en 1.631,  la primera obra que realizó fue la del retrato del hijo y heredero de Carlos IV, Baltasar Carlos, que nació en su ausencia.
Quizás sea este encargo el que haga al mundo artístico ver el cambio que había experimentado la pintura de Velázquez, que ya no es tenebrista, ni influida como anteriormente, se iluminan los ambientes y la libertad artística se hace más patente que nunca.

La figura del enano que le acompaña pudiera ser un añadido posterior, quizá del año 1634.Baltasar Carlos aparece vestido con uniforme de capitán general. La posición estática del príncipe y el dinamismo de la figura del enanito hacen pensar que la figura de Baltasar Carlos sería un cuadro, ante el que su bufón se vuelve para contemplarlo, aunque  la ausencia del marco de la pintura y de ninguna muestra de retoque hace pensar que Velázquez lo ideó como una obra de contrastes.
El estilo y la técnica son mucho más avanzados que en cuadros anteriores.


Algunas obras de esta etapa son:
Felipe IV de castaño y plata, 1631-1632
Óleo s/ lienzo, 199x113cm.
National Gallery de Londres
Reino Unido
Un retrato que presenta al rey Felipe IV de cuerpo entero y a tamaño prácticamente natural.
A diferencia de la mayor parte de los retratos de Felipe IV, en que solía vestir de negro, viste un rico traje bordado «en castaño y plata» que le da el título. Los bordados de plata están pintados con pequeños y rápidos empastes. Luce el collar del Toisón de Oro, colgando de una cadena de oro.
Como muchos otros cuadros, fue sacado de España por las tropas napoleónicas.


 
Isabel de Borbón,1631
Óleo s/ tela, 207x119cm.
Collección particular
New Jork



 
 


 




























Esta impresionante obra,uno de los tres retratos de la reina pintados por Velázquez, fue pintado tras el regreso del artista de su primer viaje a Italia, y se considera una de sus primeras obras de madurez.


Velázquez pintó este retrato sobre uno más antiguo de la reina, que había realizado hacia finales de los años veinte.

 


 
 

 
 
 
 
 

Don Diego del Corral y Arellano, 1632
Óleo s/ lienzo, 215x110cm.
Museo del Prado. Madrid

 












Don Diego del Corral y Arellano, caballero de la Orden de Santiago, aparece retratado de cuerpo entero sobre un fondo neutro, recortada su figura por una ligera línea de tonalidad más clara que le dota de relieve y en torno a la cabeza se hace más amplia, creando el efecto de un halo. Viste de negro, con toga de jurisconsulto, bajo la que queda casi oculta la cruz de Santiago, y sostiene papeles en las manos, una de ellas apoyada en una mesa cubierta con tapete de terciopelo rojo sobre el que reposa el sombrero, indicativos todos ellos de su dignidad.





La sobriedad de su composición y la economía de medios empleados no impiden el alarde de virtuosismo, que se manifiesta en los negros tornasolados del vestido, logrados por la utilización de amplias veladuras responsables de los brillos, y en el rostro, rico de expresión, realzado sobre el fondo.

 


 
Cristo crucificado, 1632
Óleos/ lienzo 250x170cm.
Museo del Prado. Madrid. España



Llegamos a un punto donde la formación de Velázquez está próxima a su conclusión. Se percibe un halo clasicista en la disposición de la figura, influenciado por los pintores italianos. El cuadro infunde serenidad, incluso allí donde brotan las gotas de sangre, escasas, y los pies apoyados en una repisa o ménsula, donde se sujetan los clavos.



Es un desnudo frontal, sin el apoyo de escena narrativa, con el que Velázquez hace un alarde de maestría y consigue que el espectador pueda captar la belleza corporal y la serena expresión de la figura.

La luz que ilumina los miembros y el cuerpo es clara y procede de un punto superior en el lado izquierdo, como en Caravaggio, pero sin que las sombras se destaquen, y de este modo hacer un marcado contraste entre el fondo negro y los tonos claros de la piel.

En algunas partes el pintor "arañó" con la punta del pincel la pasta aún húmeda, logrando una textura especial, buscando la mayor naturalidad, con las pantorrillas casi unidas, haciendo caer el peso del cuerpo sobre la pierna derecha.
 
El paño de pureza es la parte más empastada del cuadro, con efectos de luz obtenidos mediante toques de blanco de plomo aplicados sobre la superficie ya terminada. La cabeza tiene un estrecho halo luminoso que parece emanar de la propia figura; el semblante está caído sobre el pecho dejando ver lo suficiente de sus rasgos y facciones nobles.

Pero el punto culminante de este cuadro, la zona donde se concentra todo el dramatismo de la escena, y que nos conmueve sin remedio, es la cabeza rendida, con el cabello suelto en su lado derecho por debajo de la corona de espinas, con una pincelada suelta y fogosa. Todo lo que se diga sobre Velázquez es poco y además no estará a la altura de su grandísima obra, posiblemente sea con diferencia el mejor pintor de los pintores.
 
 

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