María de Austria,1630 Óleo s/lienzo, 59,5x45,5cm. Museo del Prado. Madrid |
Ya de regreso para España, pasó los últimos tres meses de
ese año en la ciudad italiana de Nápoles y fue durante esa estancia cuando
realizó el retrato de María Ana de Austria, todavía infanta pues aún no había
tenido lugar su casamiento con Fernando III.
El objeto de hacer este retrato era el de traérselo consigo para España y entregárselo a Felipe IV como recuerdo de su hermana, a la que no volvería a ver.
Se trata de una obra muy lograda en que el autor capta
perfectamente la psicología de la futura emperatriz. Tal y como venía haciendo
en retratos anteriores, Velázquez pinta sobre un fondo neutro para resaltar la
figura. Todo está tratado con gran calidad: el traje verdoso, la gola gris y
sobre todo el cabello, realizado con gran esmero y detalle minucioso.
En este cuadro Velázquez ha abandonado el claroscuro y una
luz general invade la habitación donde tiene lugar el suceso. Los colores
(azul, naranja, amarillo) están muy influenciados por artistas venecianos.
La túnica de José, 1630 Óleo s/ lienzo, 223x250cm. Monasterio de San lorenzo, El Escorial España |
El contexto que enmarca la obra es típico del pintor, con
una alfombra sobre un pavimento embaldosado, ajedrezado. En el lado opuesto, un
excelente paisaje que demostraría la pericia y destreza de Velázquez.
Dos de las figuras aparecen, una de espaldas y la otra de
lado con el pecho descubierto, mostrándonos su anatomía, su musculatura, esa
tendencia a desnudar a las figuras, que ya observábamos en obras como El
triunfo de Baco o La fragua de Vulcano poco a poco irá ganando terreno en las
obras velazqueñas debido a esta influencia italiana, la referencia a Miguel
Ángel es inevitable.
Poco a poco Velázquez va pintando de una forma menos detallista que en sus cuadros de primera época, pero es capaz de conseguir una calidad similar en los objetos metálicos o cerámicos que aparecen en la obra, nunca perderá su realismo fotográfico, aunque cada vez sus pinturas sean más sueltas. La profundidad también le interesa.
Poco a poco Velázquez va pintando de una forma menos detallista que en sus cuadros de primera época, pero es capaz de conseguir una calidad similar en los objetos metálicos o cerámicos que aparecen en la obra, nunca perderá su realismo fotográfico, aunque cada vez sus pinturas sean más sueltas. La profundidad también le interesa.
Detalle |
Por último, un perro, figura animal preferida por el artista para dar fundamento a los primeros planos, como comprobamos en pinturas posteriores, introduce el primer significado alegórico: el ladrido a la mentira, la tensión al olfatear la traición.
Es de Italia de donde Velázquez espera la inspiración que
habría de llevarle a descubrir un nuevo mundo para el arte.
La fraga de Vulcano,1630 Óleo s/lienzo,223x290cm. Museo del Prado Madrid |
Su primer viaje le lleva desde Génova a Venecia, donde
transcurre un año. Copia obras de viejos maestros, pero también hace algunas
composiciones grandes como La fragua de Vulcano pintada en Roma
en 1630 y La túnica de José.
En La fragua de Vulcano Velázquez nos ofrece un
estudio anatómico meticuloso, además de realizar un análisis profundo de la
situación de las figuras en el espacio bajo la influencia de una luz
determinada. Esta procede de la izquierda, como en muchas de sus obras.
Escorzo antebrazo izquierdo |
Las figuras medio desnudas, con una carnación rica en
gradaciones, se presentan con poses claramente influenciadas por los maestros
italianos del siglo XVI.
Aunque buena parte del colorido sigue recordando a
Caravaggio, la pincelada y el rojo pleno de la túnica de Apolo revelan los
modelos que Velázquez admira ahora; los magos del color como Tintoretto y,
sobre todo, Tiziano.
El rojo no es el único color que destaca del sobrio pero
rotundo cromatismo, destacan también los brillantes tonos anaranjados del fuego
de la fragua y del manto del dios del Sol.
Estudio para la cabeza de Apolo, 1630 Oleo s/ lienzo, 36x25cm. Colección Wildenstein, New Jork |
Nos encontramos ante uno de los escasos estudios previos que tenemos de Velázquez ya que pintaba "alla prima", es decir, directamente sobre el lienzo, sin apenas realizar bocetos.
Se trata de la
cabeza de Apolo, el dios protagonista de La fragua de Vulcano que transmite la
noticia de la infidelidad de Venus al herrero de los dioses.
Las pinceladas son
rápidas y casi imprecisas, poniendo Velázquez de manifiesto su genio a la hora
de dibujar. Realizó este boceto en Italia, un claro homenaje a la pintura del Renacimiento
que tanto estimaba el maestro sevillano.
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