Juan Francisco de Pimentel, conde de Benvente,1648 Óleo s/ lienzo,109x88cm. Museo del Prado. Madrid |
La nobleza española no solía ser retratada por Velázquez,
dedicado casi en exclusiva a realizar encargos para la casa real.
Quizá este excelente retrato del Conde de Benavente, con
armadura damasquinada en oro sobre la que destaca una banda carmesí que le
cruza el pecho, se pintara con motivo de la concesión al aristócrata del Toisón
de Oro, la más alta distinción de la monarquía española, en 1648.
Velázquez, como genial retratista, centra toda su atención
en el rostro del personaje, especialmente en sus penetrantes ojos negros que
contrastan con el cabello y la barba entrecanos.
El Conde de Benavente ocupaba el puesto de Gentilhombre de
Cámara de Felipe IV, siendo nombrado gobernador de Extremadura durante la
guerra con Portugal, motivo por el que aparece con la banda de general.
Es el primer retrato del rey pintado en la decadencia de su imperio, concretamente al inicio de ésta, al alborear la década de 1640,
El motivo de la realización de esta obra es el viaje que el monarca emprendió para luchar contra el ejército francés presente en Cataluña y reconquistar el territorio perdido.
Junto al rey viajaba toda la corte y entre ellos el propio Velázquez, quien recibió la orden de retratar a Felipe IV en la localidad aragonesa de Fraga.
Velázquez capta de manera excepcional la personalidad del rey, que denota un gesto de preocupación por la situación tan caótica de su monarquía en aquellos años. Sin embargo, el pintor no renuncia a realizar de manera espléndida los detalles del traje, obteniendo el trenzado de plata a travésde trazos de empaste que centellean al recibir el impacto de la luz.
Felipe IV, en Fraga, 1640 Óleo s/ lienzo, 135x98cm. Frick Collection, New Jork |
Es el primer retrato del rey pintado en la decadencia de su imperio, concretamente al inicio de ésta, al alborear la década de 1640,
El motivo de la realización de esta obra es el viaje que el monarca emprendió para luchar contra el ejército francés presente en Cataluña y reconquistar el territorio perdido.
Junto al rey viajaba toda la corte y entre ellos el propio Velázquez, quien recibió la orden de retratar a Felipe IV en la localidad aragonesa de Fraga.
Velázquez capta de manera excepcional la personalidad del rey, que denota un gesto de preocupación por la situación tan caótica de su monarquía en aquellos años. Sin embargo, el pintor no renuncia a realizar de manera espléndida los detalles del traje, obteniendo el trenzado de plata a travésde trazos de empaste que centellean al recibir el impacto de la luz.
El bastón de mando y el sombrero negro son los únicos
adornos que nos encontramos, rechazando los atributos alegóricos de gloria y
valor militar. Los retratos reales se van limitando en el tiempo, de tal manera
que la efigie de Felipe IV sólo la empleará como modelo en tres ocasiones más,
una de ellas en Las Meninas.
Autorretrato, 1643 Óleo s/ lienzo, 103,5x85,5cm. Galleria de los Uffizi Florencia. Italia |
Propiedad del duque de Módena pudiera ser el retrato del
pintor de más de medio cuerpo, con espada, guantes y la llave de ayuda de
cámara al cinto, conservado en la Galería Uffizi.
La elegante actitud y
la ausencia de elementos caracterizadores del oficio de pintor, sustituidos por
la llave y la espada, convierten a este autorretrato en un manifiesto en favor
del prestigio social al que puede aspirar el pintor.
Es fácil reconocer el
gran arte y la veloz desenvoltura de su pincel en el encuadre decidido y casi
audaz, en la tonalidad cálida de los marrones y los negros y en la intensa
expresión del rostro.
Velázquez interpretó y
recreó con personalidad el colorido de Tiziano y la luminosidad de Caravaggio,
consiguiendo esos efectos ambientales, en los que la luz modela los objetos con
gran naturalidad.
Autorretrato, 1640 Óleo s/ lienzo, 45,8x38cm. Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia Valencia. España |
El Autorretrato
de busto del Museo de Bellas Artes de Valencia, pintado hacia 1640 por
Velázquez es, con el autorretrato de Las Meninas, el único autógrafo del
pintor que se ha conservado. Pertenece a la colección de la Real Academia de
Bellas Artes de San Carlos de Valencia (España) desde que en 1835 le fuera
donado por Francisco Martínez Blanch, y actualmente se encuentra en depósito
con el resto de la colección de esta institución en el Museo de Bellas Artes.
El busto de Velázquez aparece recortado sobre un fondo
neutro con el que se pretende obtener un efecto volumétrico, como ya habían
hecho Tiziano o Tintoretto en el Renacimiento. Su colorido es muy oscuro,
destacando el rostro con un potente foco de luz procedente de la izquierda. La
factura es muy suelta, apreciándose las pinceladas de manera clara en el
lienzo, como si se tratara de un representante del Impresionismo.
La costurera, 1635-1643 Óleo s/ lienzo, 74x60cm. The National Gallery of Art Washington. USA. |
Es difícil precisar cuál sería el año de su realización, que
podría estar antes de su segundo viaje a Italia. También existen dudas sobre
quién es la representada, lo que no se puede poner en duda es el realismo y la
intimidad con la que Velázquez ha conseguido mostrarnos a la joven, realizada a
base de manchas de luz y color, dando la impresión de que capta el movimiento
de la aguja y de las manos.
El cuadro representa una media figura de mujer joven, en
posición levemente ladeada, con amplio escote y pañoleta sobre los hombros, con
la cabeza en escorzo concentrada en las labores de costura. Unos toques blancos en torno al cuello, destinados a dibujar en ellos un collar, parecen indicar que no se trata de una obrera, sino de una dama de cierta posición social. El moño recogido con una cinta roja da un toque de ligero color a los verdes grisáceos, pardos y blancos dominantes.
El contorno de la figura ha sido solo rápidamente esbozado buscando encajar las principales áreas de color sobre la imprimación verdosa. El aspecto inacabado de esta brillante imagen provoca que sea una de las más discutidas de Velázquez, especialmente en cuestión de la datación.
El colorido oscuro de verdes y pardos se rompe con las
manchas blancas de la pañoleta que lleva la mujer sobre los hombros y con la
tela que cose. La nota de color rojo en el moño y el fogonazo de luz del pecho
sitúan esta imagen entre las más sugerentes del pintor.
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