22 oct 2012

La perspectiva aerea velazqueña


El cuadro se pintó (junto con otros doce) para la decoración del denominado Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, erigido por orden de Felipe IV de España al estilo de las existentes en Roma.
 
la rendición de Breda (las Lanzas), 1634
Óleo s/ lienzo, 307x367cm.
Museo del Prado.Madrid
 
Es el testimonio de un suceso histórico real, que aconteció en el contexto general de la Guerra de los Treinta años,  entre 1618 y 1648 y en la que tuvo una participación activa la Corona española. Una  instántanea fotográfica del siglo XVII encargada a Velázquez por el Rey Felipe IV diez años después de suceder.

Es de resaltar la magnífica composición de la obra. El tema fundamental, la entrega de las llaves de la ciudad.
El vivo interés personal del pintor en este cuadro es evidente, lo refleja retratándose en uno de los individuos que aparecen en el cuadro, el último de la derecha.
Velázquez desarrolla el tema sin vanagloria ni sangre. Los dos protagonistas están en el centro de la escena y más parecen dialogar como amigos que como enemigos.

Es un  perfecto ejemplo de estudio de la perspectiva.
Velázquez en esta obra y a través de distintos recursos es capaz de recrear varios planos de profundidad:

Un primer plano, la posición a cada lado de la obra de dos figuras que parece que estén a punto de salirse del cuadro, las dos de espaldas y situadas en ángulo, en línea hacia el interior del lienzo, en una postura un poco forzada que denominamos escorzo. Ambas establecen lo que llamaríamos un primerísimo plano.

Detrás y en el centro del cuadro, dos protagonistas de la escena, Nassau y Spínola, que de esta forma configuran el segundo plano. Los dos están tratados con detallismo y minuciosidad, como si la pincelada de Velázquez fuera en esta zona del cuadro mucho más precisa y nítida de lo habitual en su técnica de mancha.
El realismo es total,  apreciandose  incluso las diferentes texturas  de los tejidos: lana, bordados, gasa, seda, ante, etc. convirtiendo esta obra en una galería de retratos.

Pero no contento con haber completado ya tres planos de profundidad, Velázquez añade una frontera entre el grupo de los soldados y el campo de batalla que se encuentra al fondo, pintando una barrera visual formada por las lanzas de los soldados españoles.
Detrás de las lanzas se aprecia el paisaje del fondo, mucho más difuminado,  envuelto en un doble tono blanco y azul, el color del aire y  así reproduce perfectamente la lejanía en la que se pierde nuestra mirada al contemplar el fondo del cuadro.



Otra característica que influye en Velázquez será el tipo de trazo y pincelada que  se impone a partir de Rembrandt, una técnica que llamamos de mancha, en la que la pincelada no sigue la línea del dibujo, sino que por el contrario se llena de color y recrea las imágenes a base de trazos mucho más espontáneos y libres.
En la paleta de Velázquez aparecen habitualmente el ocre y el pardo, pero aquí aparecen, además, unas aportaciones vivas con los verdes, carmines, azules y blancos.Este cuadro capta los efectos atmosféricos en la lejanía, alcanzando gran protagonismo la luz y el color.

 
El príncipe Baltasar Carlos, 1634
óleo s/ lienzo, 209x173cm.
Museo delrado. Madrid
 
 
Esta pintura ofrece una brillantez de color muy superior a lo realizado por Velázquez hasta el momento.



Baltasar Carlos, que contaría cinco años en el cuadro, era el heredero del trono y su presencia junto a su padre y su abuelo (el rey presente y el anterior) simboliza la continuidad de la dinastía.
A pesar de su temprana edad está representado como un adulto y con los mismos símbolos que el rey.

De la figura del niño lo más destacable es la cabeza, un trabajo extraordinario que indica la madurez en el oficio. El tono de la cara es pálido, el cabello es de un rubio que contrasta con el negro mate del chambergo.

     
La paleta es muy rica, tanto en azules como en ocres, amarillos y sus mezclas para conseguir los distintos tonos de verde, un color que no emplea nunca. Se anima en el centro con los dorados y el rojo de la banda.
El caballo tiene un gran y desmesurado vientre si se le observa a poca distancia, pero hay que tener en cuenta que está pintado con la deformación de perspectiva adecuada al lugar donde iba a ir emplazado, en alto, sobre una puerta.

El paisaje del fondo es clásico en Velázquez, sobre todo el cielo, que se ha dado en llamar cielo velazqueño. El pintor conocía bien esos parajes del Pardo y de la sierra de Madrid.

La influencia italiana hace que se haga más suelto. Sus figuras pierden rigidez, el espacio se llena de aire, se advierte el gris, ocres y verdes suaves. El estilo de Velázquez se hace más suave y colorista.




Pablo de Valladolid, 1632
Óleo s/ lienzo, 209x123cm.
Museo de Ptado. Madrid
Es el cuadro de paleta más rica en matices de toda la serie de bufones y  el retrato más trágico de toda la pintura de Velázquez.
El personaje, de cuerpo entero, aparece en pie sobre un suelo embaldosado.
Al fondo de la escena  Velázquez sugiere un combate naval rememorando la batalla de Lepanto, del que este viejo soldado de mirada socarrona , de vuelta ya de pasadas grandezas, símboliza la decadencia.

La técnica es muy rápida y suelta, donde el carácter no oficial de los retratados le permite libertades que no podría tomarse en otro tipo de pinturas.

Velázquez aplica capas de pintura muy diluída, casi acuarelada, añadiendo para marcar sombras los blancos para las zonas que reflejan la luz.

En el rostro presenta una factura borrosa  dándole un aspecto inacabado de cerca, que desaparece al alejarse.

Esta libertad puede permitírsela en los cuadros de bufones al ser retratos informales menos sometidos a las convenciones que los retratos reales.


Unas pinceladas blancas son suficientes para hacer brillar la luz en la coraza.
El suelo, con las rayas de las baldosas que sirven de líneas de fuga, se pierde a medida que se aleja hacia el fondo y desaparecen ya junto a la pared.








detalle
Recuerda el expresionismo abstracto del siglo XX).
Velázquez vuelve al cuadro dentro del cuadro, que aprendió de Pacheco durante su etapa sevillana y nunca llega a abandonar, aunque cambie de técnica.








 







Detalle
Está pintado con una seguridad y una soltura muy característica del estilo maduro de Velázquez.

 


Pablo de Valladolid,1632
Óleo s/lienzo, 209x123cm.
Museo del Prado. Madrid










 
Velázquez dejó muchas veces, al enfrentarse a estos seres, un testimonio impresionante, hondo, humano y patético, de objetividad, pero también de una especial delicadeza en el tratamiento de lo deforme y de una ternura evidente.
Pablo ( o Pablillos ) de Valladolid  es uno de los máximos ejemplos de la habilidad de Velázquez para plasmar el carácter del personaje y transmitir la sensación de volumen y perspectiva, a partir de una gama de colores muy reducida. El espacio y la profundidad quedan sólo sugeridos a partir de la sombra del retratado.

Esta obra es un prodigio de síntesis y economía y demuestra hasta qué punto Velázquez fue un artista atrevido e innovado, pues es imposible encontrar precedentes claros a esta pintura construida a partir de la sombra del bufón.




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